Dos ejemplos

Como usted podrá darse cuenta con el sólo mirar la imagen del lado derecho de este blog (y aún más si es amigo mío en facebook) ando muy inspirado difundiendo la Marcha Mundial por la Paz y la No-Violencia, y en el marco de eso estuve el otro día en un operativo de difusión y de adhesión a la Marcha, en el que conversé con alguna gente pesimista (¡que nunca falta!) sobre su absoluto pesimismo respecto a una iniciativa como la Marcha Mundial. Es fácil imaginarse que sus comentarios eran del tono “esto no va a resultar, la guerra siempre ha estado con el ser humano, y siempre va a estar”, o sea, estamos frente a algo inconmovible y todo lo que hagamos no va a afectarlo en nada. En resumen, “no estoy ni ahí con la Marcha Mundial”.

Lo interesante del caso es que el pensamiento de los incrédulos en la paz se empieza a caer cuando uno reflexiona un poco.

Tan inherente como parece ser la guerra al ser humano, lo fue la esclavitud. Durante bastantes milenios los seres humanos se esclavizaron entre ellos, y las razones para caer en la condición de esclavo fueron varias y abundantes, aunque el perder una guerra, el tener deudas y el ser hijo de esclavos fueron las más comunes. Durante varios siglos la esclavitud fue algo tan antiguo, tan común que ni siquiera era cuestionada, el que los seres humanos teníamos dignidades distintas y algunos podían ser esclavizados era obvio. Padres de la sabiduría, como Platón, Aristóteles o Locke vivían en sociedades esclavistas. Cuando empezó a difundirse el argumento ético y moral en contra de la esclavitud, surgió de inmediato el argumento económico: en una economía basada en los esclavos (miren a Brasil en el siglo XVIII) ¿cómo íbamos a vivir sin esclavos? Además, algo tan antiguo no va a cambiar nunca, decían los esclavistas. Dos siglos después del comienzo del fin de la esclavitud, vivimos en un mundo sin esclavos que es enormemente más rico que el que sí tenía y que ha demostrado que algo que por cientos de años era “inherente al ser humano” ya no lo es.

Otro caso para pensar es el de la creciente conciencia medioambiental en el mundo entero. Hace cuarenta años, esta conciencia lisa y llanamente no existía. En cuatro décadas la humanidad ha tomado conciencia del peligro del daño al medioambiente y se ha empezado a formar una preocupación global al respecto. Ese mismo ser humano que por siglos depredó la naturaleza sin ningún remordimiento, se está dando cuenta que ella no es inagotable, que corre serios riesgos, y que esos riesgos, en definitiva, a quien más afectan es al mismo Hombre. La idea de que el ser humano tenía una condición depredadora infatigable, está cambiando por la de que es una de ser inteligente que racionaliza su actividad y preserva los ecosistemas. Esta nueva conciencia aún no es total como la relacionada con la esclavitud, pero avanza con una fuerza tal que no es alocado creer que en poco tiempo el daño al medioambiente será un mal del pasado, y viviremos en un mundo de desarrollo sustentable. Y todo en unas cuantas décadas.

Con esos dos notables ejemplos creo que va quedando claro lo débil que es la idea de que esas cosas “inherentes” al hombre que nos hacen tanto daño a todos de verdad sean inherentes. Así que no vaya a creer usted que una tontera como la guerra, por el sólo hecho de durar tanto tiempo, vaya a durar para siempre. Mire que ya habemos muchos moviéndonos en contra de ella. Incluso los pesimistas con los que conversé el otro día. Terminaron adhiriendo a la Marcha.

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Así va la Marcha