En el pasado la Guerra del Chaco, en el futuro la paz duradera.


Ayer Bolivia y Paraguay han firmado por fin el acuerdo limítrofe que pone fin definitivo a la Guerra del Chaco, luego de estar en “veremos” desde ¡1938! (la noticia completa aquí). Es un hecho notable y para celebrar, pues da cuenta de la voluntad de algunos gobiernos (lamentablemente aún sólo algunos) de instalar definitivamente la paz por estas tierras del sur del mundo y contribuir a la paz mundial.

                La Guerra del Chaco fue uno de los peores conflictos de América del Sur y enfrentó a dos de los países más pobres de la región en una guerra que dejó cerca de cien mil muertos. Es una muestra notable de cómo el descriterio, la falta de visión, el nacionalismo pésimamente entendido, las guerras anteriores y la intervención de las potencias extranjeras pueden llevar a guerras con resultados desastrosos a nivel de vidas humanas y de economía, en los que quienes más pierden son los que tuvieron menos capacidad de decisión y menos intereses en lo que pudiese resultar de la guerra. Al final, y como siempre en estos casos, todo se reduce a la búsqueda de alguna riqueza natural que dudosamente beneficiará a quienes pelean, y sufren en la guerra (como no recordar aquí que la mayoría de quienes participaron en el Combate Naval de Iquique, en la Guerra del Pacífico, y que fueron hechos héroes por Chile, terminaron sus días en la pobreza mientras unos cuantos ingleses se enriquecieron de manera increíble con el salitre).

                Como usted podrá suponer al conocer a nuestros queridos países sudamericanos, desde el fin de la Guerra del Chaco, la situación nunca se resolvió definitivamente pues quedaba pendiente el tema de los límites territoriales, a cargo de una comisión que duró nada más  y nada menos que desde 1938 hasta el 2007, haciendo gala de la rapidez característica del actuar latinoamericano en estos temas. Obviamente toda esta lentitud sólo ha servido para dar pie a tensiones, amenazas y exaltaciones nacionalistas de todo tipo en todos estos años (aquí en Chile tenemos el notable caso de que las relaciones con Perú y Bolivia no terminan de resolverse desde hace más de ¡ciento veinte años! Y vamos comprando F-16 para la “seguridad nacional” mientras tenemos hospitales tan malos que si llega la gripe de los chanchos hay pandemia nacional y colapso del sistema y enfermos por doquier y muertos… y bueno, eso pasa siempre sin la famosa gripe mundial y aquí no se les ocurre que eso es “seguridad nacional”).

                Por eso es tan importante el acuerdo firmado que termina el tema, define los límites y además entabla un acuerdo de paz y amistad entre ambos países. Es la muestra de que algunos gobiernos están cambiando la mirada, están preocupándose decididamente por la paz (como Evo y la renuncia constitucional de Bolivia a la guerra) y están entendiendo que la antigua idea de que para “tener la paz hay que hacer la guerra” o sea, armarse, amenazarse y claramente estar dispuestos a enfrentarse, es una idea que lo último que trae es paz y buenas relaciones entre los países. Hablamos de que ya hay países que entienden que la paz es una medida urgente y necesaria que trae más bienestar a los países, y no una frase hueca de las Miss Universo, y que se concreta con medidas como esta, resolver pacíficamente los diferendos, además de otras como la reducción progresiva y proporcional del gasto bélico. Esto es notable porque habla de que alguna vez Latinoamérica puede ponerse a la vanguardia del mundo y liderar un movimiento que establezca la paz definitiva para sus países. Que extraordinario ejemplo para todo el mundo sería de parte de la región que ya ha avanzado al acordar nunca tener armas nucleares. Es hora de que los latinoamericanos nos movamos hacia ello. Estos tratados son la muestra de que sí se puede.  

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